La generación de electricidad mediante módulos fotovoltaicos se presenta como una solución idónea cuando es preciso electrificar zonas aisladas de la red de distribución eléctrica o ésta se encuentra tan alejada que resulta comparativamente más costoso engancharse a ella, y pagar el recibo de la luz que ejecutar una instalación solar que nos proporciones toda la electricidad requerida.
Las aplicaciones más habituales de la energía solar fotovoltaica aislada son la electrificación de bodegas y viviendas, el alumbrado público, las aplicaciones agropecuarias y ganaderas, el bombeo y tratamiento del agua, y las aplicaciones especiales (antenas de telefonía, repetidores de televisión, etc.).
El esquema clásico de estas instalaciones es la conexión de una serie de módulos fotovoltaicos a un regulador y de éste a una batería. Por su parte los consumos se conectarían al regulador, bien directamente (consumos en corriente continua), o a través de un inversor (consumos en corriente alterna) que transforme la corriente continua almacenada en la batería en la alterna requerida por el consumo.
Así, el regulador se erige como sistema de control de la instalación, al encargarse de gestionar tanto la carga de la batería, conectando la producción eléctrica solar, como su descarga, desconectando los consumos; mientras que la batería actúa como sistema de almacenamiento de la producción solar para que dicha electricidad quede a disposición del usuario, puesto que generalmente el consumo no suele coincidir en el tiempo con la producción solar.
Diversas variantes de instalaciones fotovoltaicas aisladas