No hay ningún indicio en la superficie del suelo que revele la presencia de un yacimiento de gas natural o de petróleo bajo tierra.
No obstante, el profundo conocimiento sobre la estructura del suelo que los geólogos y geofísicos han acumulado a lo largo de años de experiencia les permite desestimar rápidamente ciertos lugares y centrar los estudios en aquellos que presentan unas determinadas características topográficas.
Pero cuando se detecta la presencia de una bolsa de gas natural hace falta la recopilación de datos para decidir si se explota o no el yacimiento: la profundidad a la que se encuentra, su volumen aproximado, las características de los estratos situados encima, etc. Mediante una sonda instalada en una estructura metálica en forma de torre se accede a la bolsa, se determina también su composición química y la presión del gas y, si definitivamente se considera que el yacimiento sea rentable, es decir, que sea posible su explotación desde un punto de vista económico, el pozo se pone en explotación.
Cuando el gas no está mezclado con el petróleo, los trabajos de explotación se simplifican ya que el producto brolla de forma natural y no hace falta elevarlo mecánicamente a la superficie. A veces, se puede acumular agua en los pozos, de manera que se debe extraer con bombas para mantener una producción óptima.
Desde que se extrae de las profundidades de la Tierra hasta llegar a los puntos de consumo, el gas natural hace un largo viaje en el cual casi no experimenta transformaciones. Los gasoductos, los barcos metaneros, los camiones cisterna o las redes de distribución son algunos de los elementos que forman parte del sistema de transporte y distribución del gas natural.
El buen funcionamiento del sistema de transporte de gas natural, garantiza la llegada de este recurso energético hasta el consumidor, permitiendo que un gran número de actividades humanas se lleven a cabo.